Los últimos años del General Artigas

septiembre 1, 20240

Por Wilson Mesa

En este mes se cumplen 174 años de la muerte de nuestro Prócer. Nunca debemos pasar por alto aquel 23 de setiembre de 1850, porque significó el pasaje a la inmortalidad del más grande de los Orientales. Pero, parecería que sus últimos años, meses y días, no fueron fáciles para José Gervasio Artigas y ya verán por qué. Es muy curioso que cuando hablamos –o escribimos- sobre el Héroe, después de repasar su trayectoria más conocida al frente de la Revolución de 1811, hasta al año 1820 -el último de su lucha en tierra oriental-, allí se abre un gran paréntesis de desconocimiento, que finaliza con la frase clásica: “Se fue al Paraguay y allí vivió treinta años, hasta su muerte, ocurrida en el año 1850”.

Entrada en Paraguay
Llegados a este punto, hay que decir que Artigas tenía 56 años de edad cuando hizo este inmenso quiebre en su existencia. El “Protector de los Pueblos Libres”; había logrado formar la Liga Federal, que integraban las provincias argentinas de Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y Corrientes, a las que se agregaban las Misiones Orientales y la Banda Oriental. Un territorio tan inmenso que es difícil de imaginar, si no se visualiza en un mapa. Sin embargo, toda esa trascendencia que Artigas había logrado, pareció desaparecer, cuando un día del mes de setiembre del año 1820, el gran revolucionario Oriental, cruzó el Alto Paraná por el “Paso del Boquerón” y se internó en la selva paraguaya. Iba acompañado por un grupo muy pequeño de hombres, entre los cuales estaban sus fieles compañeros, Ansina y Montevideo, -o mejor expresado, Joaquín Lencina y Montevideo Martínez-, dos esclavos libertos que adoraban a Artigas y se negaron a abandonarlo en tales circunstancias.

Como correspondía, Artigas solicitó permiso al “Gobernador Supremo”, Gaspar Rodríguez de Francia, para ingresar al territorio paraguayo, y finalmente llega la orden de que podrá ingresar acompañado de algunos de sus seguidores; entonces vadea el río Paraná el martes 5 de setiembre de 1820 y ese fue el último día que pisó el suelo de su Patria.

Un preso político
Artigas llegó a Asunción el 16 de setiembre de 1820 y una celda conventual en el Convento de la Merced, fue su habitación primera. No pudo exponer personalmente sus ideas y planes al dictador de Paraguay, porque en veinte años nunca lo recibió, ni respondió a sus cartas.

Nuestro Prócer iba sin más equipaje que una maleta sobre el anca de su caballo y mostraba sus ropas en muy mal estado. ¡Imaginen los lectores esa larga travesía de once días a lomo de caballo!
En documentos oficiales paraguayos consta que, “por suprema orden verbal se le suministrará a don José Artigas a su llegada a esta capital todo lo necesario para su decente vestuario y ropa interior” (16-09-1820).

El dictador Francia ordenó dispersar a los acompañantes de Artigas en tres pueblos distintos, Guarambaré, Cambacuá y Laurelty. De modo que solo quedó a su lado Joaquín Lencina, “Ansina”.
Y para alejar a Artigas de Asunción se dispuso su internación en las afueras de San Isidro de Curuguaty. Ese no era un lugar despoblado, allí estaban los mejores yerbatales paraguayos y tenía 14.000 habitantes. A Artigas se le enviaba mensualmente una onza de oro; cantidad que alcanzaba y sobraba en aquella villa, con la vida tan frugal y ordenada que llevaba. Con los años esta ayuda económica desapareció, porque las autoridades se enteraron que Artigas utilizaba parte del dinero para ayudar a los pobres.
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En Curuguaty estuvo veinte años. Fue en esta localidad donde conoció a Clara Gómez Alonso, quien fue la mujer que vivió más tiempo a su lado y de esta unión nació en 1827, Juan Simeón Gómez. Este último hijo, que tenía el apellido de su madre -porque Artigas era casado con Melchora Cuenca y ese matrimonio no estaba anulado-, llegó a ser teniente coronel del ejército paraguayo. Juan Simeón, a su vez, dejó descendencia paraguaya, razón por la cual existen muchos “ñemoñaré”, que en lengua guaraní significa descendientes o descendencia. (Nelson Caula – “Artigas Ñemoñaré”).

La muerte del dictador Francia
A pesar de su pasividad en el exilio, por precaución, José Artigas fue arrestado días después de morir “El Supremo”, ocurrida el 20 de setiembre de 1840. Porque el dictador había expresado: <<Si quieren tener paz por algunos años, prendan a Artigas>>. Eso hizo la junta militar que tomó el poder: lo apresaron y lo encerraron, con 76 años, durante más de un año. En el año 1845 el nuevo presidente constitucional del Paraguay, Carlos Antonio López le escribe una carta al comandante de Curuguaty para que le ofrezca a Artigas hacerse cargo de la instrucción del ejército paraguayo. A los diez días Artigas se encontraba nuevamente en las puertas de Asunción. Pero nunca asumió el cargo que se le había ofrecido, porque el presidente López lo invitó a vivir en una casa cercana a su casona de retiro, en el paraje de Ibiray, suministrándole ropas y otros enseres.

En Paraguay visitaron al General varias personalidades. A Curuguaty llegó el médico y sabio naturalista francés, Amado Bonpland (en 1831). Ya estando en Ibiray lo conoció el Dr. Alfred Demersay (en 1846), quien realizó el único retrato del natural de Artigas, con la técnica de litografía.
También en 1846, José María Artigas visita a su padre en Ibiray. Ese momento lo cuenta Isidoro de María, que fue quien realizó una de las primeras biografías de Artigas … “El General parecía rejuvenecer cuando hablaba de su Patria (…) Conservó como una reliquia sagrada una copia impresa de la Constitución de la República que le llevó José María (…). Hablando de su regreso a la Patria a su hijo le decía: Quisiera hijo mío, volver a ver mi país antes de cerrar los ojos para siempre, y bendecir a los que han tenido la fortuna de dar cima a la obra que yo empecé (…) pero no me siento con fuerzas bastante para resolverme a hacerlo en medio de la borrasca que se agita (…)” – (Ana Ribeiro – “El caudillo y el dictador”, pàg.47).

La casa donde vivió Artigas en Ibiray
Cuando Alfred Demersay visitó a Artigas en 1846, realizó no sólo el único retrato de Artigas que conocemos, publicado en Francia hacia 1860, sino que también dibujó la casa de Artigas en una carbonilla, (ver foto de sello). Parece ser la autenticación de donde realmente se encontraba la casa del General, donde vivió y murió, cerca de la “casa alta” de los López, a casi quinientos metros de donde está la Escuela actual.

Según relatos de testigos, Artigas solía descansar debajo de un Naranjo al costado de su casa, casi pegada a una de las “casas de los López”, que hoy es la administración del Jardín Botánico, dentro del cual se encuentra el “Solar de Artigas”.

Artigas no solía -dicen los testimonios de la época- pasar por la zona donde hoy día están la Escuela y el Ibirapitá, ya que ahí había un bañado. Su salida a la iglesia de la Recoleta era directo, por la calle o camino Sacramento, y no desviándose para pasar por un camino más largo, como lo era donde se encontraba el árbol Ibirapitá. Recordemos que ya tenía 86 años. El famoso Ibirapitá comienza a mencionarse después de 1903, cuando Uruguay ya había recibido una parcela de tierra, obsequiada por el Paraguay (el “Solar de Artigas”).

Los últimos instantes de vida
Relato de Mons. Bogarín – Obispo de Asunción: << La señorita Asunción García me ha referido, algunos años antes de morir, lo siguiente: Cuando la enfermedad de Artigas se agravó, manifestó deseos de recibir el último Sacramento. Entonces la señora doña Juana Carrillo, esposa de Carlos Antonio López, mandó llamar a un miembro de la familia de la citada Asunción García y le encargó el Santo Viático, (la comunión final). Cumpliendo la orden, el párroco de la Recoleta, Pbro. Cornelio Contreras, llevó al General lo pedido. En los momentos que el sacerdote iba a administrarle el sacramento, Artigas quiso levantarse. La encargada del aderezo del altar le dijo que su estado de debilidad le permitía recibir la comunión en la cama, a la que el General respondió: “Quiero levantarme, para recibirlo”. Y ayudado por los presentes se levantó y recibió el Viático, quedando los muchos circunstantes asombrados de la piedad de aquel grande hombre. (…) “El General, como ella (doña Asunción García) decía, después de recibir el viático, había quedado tendido en su pequeño catre de tijera y lonjas de cuero; en la semioscuridad se distinguía el crucifijo colgado en la pared sobre la cabeza blanca. Poco después el General en un último esfuerzo se había incorporado y abriendo desmesuradamente sus ojos gritó: ¡Tráiganme mi caballo!, vuelto a caer en la cama cerró sus ojos y murió” “.

(Testimonio de Mons. Bogarín, obispo de Asunción. – Diario El Pueblo y Revista “Umbrales”).

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En la mañana del mismo día, un carretón sin toldo arrastrado por bueyes, llevó su cadáver desde su rancho hasta el cementerio cercano, acompañado de Benigno López, hijo menor del presidente, los vecinos Julián Ayala, Alejandro García y Ramón de la Paz Rodríguez y el fiel asistente Joaquín Lencina. El cura enterrador simplemente registra en el Libro de Difuntos: “En esta Parroquia de la Recoleta de la Capital, a 23 de septiembre de 1850, yo, el cura interino de ella, enterré en el tercer sepulcro del lance número 26 del cementerio general, el cadáver de un adulto llamado don José Artigas, extranjero, que vivía en la comprensión de esta iglesia”. El Karay Guazú (Gran señor), como le llamaban los guaraníes, había muerto.

Algunas claves que nunca se mencionan
-En Ibiray, Artigas solía sentarse debajo de un Naranjo y no de un Ibirapitá.
-El Ibirapitá estaba como a 500 metros de la casa y había que atravesar un bañado.
-La casa donde está la Escuela “Solar de Artigas” no era donde él vivía, sino en una casa pequeña que estaba también dentro de la quinta de los López.
-Si bien Clara Gómez Alonso vivió mucho tiempo junto a Artigas y le dio un hijo, ella parece haberse quedado en Curuguaty, ya que no aparece mencionada en los cinco años de Ibiray.
-En sus últimos años nuestro Héroe se volvió cada vez más espiritual y religioso, tanto, que concurría diariamente a la Iglesia de la Recoleta. Y en el instante de morir pidió la presencia de un cura que le dio el “Santo Viático”.

La repatriación
Después está lo más conocido: la repatriación de los restos en el año 1855. El peregrinar de la urna con las cenizas del Prócer por varios lugares y finalmente la construcción del Mausoleo. La urna en la que fueron repatriados los restos de Artigas, se encuentra actualmente en la colección del Museo Histórico Nacional, porque en 1877, la urna original se cambió por otra construida en madera de cedro enchapado en jacarandá, con incrustaciones de plata, con su correspondiente pedestal, que es la que está actualmente en el Mausoleo de Plaza Independencia.

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